Hotel de arraigo by Imanol Caneyada

Hotel de arraigo by Imanol Caneyada

autor:Imanol Caneyada [Caneyada, Imanol]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2015-02-17T00:00:00+00:00


II

Heriberto García sacó las dos notas del cajón y las depositó con sumo cuidado sobre el escritorio de su estudio. El comandante del grupo antisecuestro cogió una con la mano izquierda y la otra con la derecha casi con el mismo cuidado con que Heriberto las había puesto a su alcance. Las estudió en silencio y las volvió a dejar sobre la mesa.

—Las llevaremos a servicios periciales para que saquen las huellas, aunque dudo mucho que puedan encontrar algo útil. Me dice que la segunda nota, la que dice la fecha, la cantidad y el lugar, se la encontró su asistente en su casa de ella, hace unas horas, cuando llegó de trabajar.

—Así es, estaba aquí con mi abogado contándole lo de la caja con el dedo de mi hijo y la nota y entonces me habló mi asistente. Fuimos para allá rápidamente, estaba muy alterada, y me dijo que al llegar a su departamento encontró un papel doblado por la mitad que alguien había metido bajo la puerta.

Desde el departamento de Isabel, el licenciado Dávila se había comunicado con el secretario particular del procurador de Justicia del Estado, antiguo compañero de carrera, y le había puesto al corriente del secuestro. Cuando Heriberto García y su abogado iban de regreso a casa, después de dejar a Isabel con sus padres, el procurador en persona llamó al celular del empresario y le aseguró que desde ese momento todo su personal se abocaría a la búsqueda de Gabriel, que tenía instrucciones precisas del gobernador de no parar hasta rescatar a su hijo y encarcelar a los culpables. También le dijo que el gobernador le enviaba todo su apoyo moral en ese momento tan delicado. Le pidió que confiara en la capacidad de la Procuraduría y le avisó que en ese mismo momento el comandante del Grupo Antisecuestro se dirigía a su domicilio particular para iniciar con las diligencias conducentes. En efecto, diez minutos después de que estuvieran de vuelta en casa, un vehículo de la Policía Estatal, con los códigos apagados y las sirenas en silencio, estacionó frente al hogar de Heriberto García. La señora Cleta abrió la puerta, privada de color ante la presencia policiaca que de repente se le vino encima, y muda se hizo a un lado para que el comandante del Grupo Antisecuestro no la atropellara con el ímpetu con que irrumpió en la casa de los señores. Antes de que doña Cleta pudiera abrir la boca, el licenciado Dávila se asomó al recibidor y condujo al funcionario al estudio del empresario.

Heriberto García aparentaba tranquilidad y aplomo frente al enviado del procurador. En ese momento pensaba en Isabel hecha un gorrión tembloroso en sus brazos mientras el licenciado Dávila, incómodo, escondía el desconcierto en la nota que releyó con una concentración exagerada hasta que su cliente y su amante (¡vaya con el señor García!) se deshicieron del abrazo. Pensaba en ella porque estaba agotado de pensar en su hijo. No pensaba en su esposa porque odiaba la forma en que ella lo había culpado unas horas antes.



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